El cuento es así. Finales felices, finales tristes, puedes aplaudirlo, puedes criticarlo o puedes llorarlo. Esa película a la que nadie hace caso porque es mucho más interesante lo que sucede delante del televisor. Ese andén lleno de gente se enfría porque la temperatura cae con la fuerza de una fuerte tormenta de verano. Es el cuatro un bonito número, es capaz de servir para infinidad de cosas, incluso para contar cosas. Un baile aleatorio en el que las palabras salen vomitadas por el cerebro y son plasmadas de forma automática en las manos. Es raro de explicar, pero cuanto todo termina y tienes que esperar a que las cosas vuelvan a su cauce, te dejas llevar y descubres una gran retahíla de cosas que no habías conocido jamás, e incluso, durante un cataclismo, disfrutas del desorden del caos.
Es curioso cómo se puede escribir una historia de miedo mientras te aparece la inspiración esnifada en un bote de pegamento, seco como una piedra, pero contundente como una honda. Es la historia filistea del pequeño que vence al grande. No pasa a menudo, pero cuando la gota de agua cae en el suelo ves cómo se abre paso ante cualquier obstáculo hasta llegar al suelo. Los libros se apilan y tienen un valor tan intangible que si se representase por lo físico no cabrían en el reducido espacio que ocupan. Las pequeñas figuras infantiles, con sus eternas sonrisas, no saben que su historia es el triste barniz de un cachorro humano que tiene un mal día porque le cuesta acostumbrarse a un mundo corrupto y materialista. Mientras tanto, el mechero sin gasolina y con la mecha chamuscada sigue dando lo mejor de sí mismo para acabar con esos humanos que se intoxican con tabaco.
No es necesario revisar, estamos en un sitio donde predomina la libertad vigilada, ya sabrás qué errores cometes en función de las consecuencias que asumas. Libre es este verso, libre es este texto, mi mente está en blanco y el contenido escrito carece de sentido.
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