El Papa Francisco, ante la encrucijada de mantener los valores tradicionales de la Iglesia, o ser más tolerantes con los nuevos estilos de vida contemporáneos, ha tomado la decisión más arriesgada pero también más inteligente para los intereses católicos. Disfruto viendo que el mensaje del catolicismo comienza a ser dirigido hacia minorías como los homosexuales o transexuales, quienes en muchos casos siempre admitieron ser católicos a pesar de ser considerados unos enfermos o unos degenerados por hermanos feligreses.
Sin embargo, es lógico
que haya personas que se encuentren radicalmente en contra de esto, les han
cambiado el pan de cada día y no entienden por qué. Les han cambiado el mensaje
de obediencia de unos dogmas casposos por priorizar un mensaje de amor y
tolerancia sobre todas las cosas y es comprensible que estén confundidos.
De todos modos, tendrán
que resignarse si quieren que la Iglesia Católica siga teniendo el poder e
influencia actuales, porque una Iglesia con cuatro fieles solamente podría calificarse
como una secta más que el Estado dejaría de lado, aun siendo un gobierno de
derechas. Basta con acercarse a una misa de domingo para ver que tres de cada
cuatro personas son ancianos. Renovarse o morir, dicen. Y la muerte estaba
demasiado cerca si no movían el timón hacia nuevos horizontes.
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