jueves, 8 de octubre de 2015

El docente decente

Tenemos la sensación de que somos libres, dueños de nuestras decisiones, el principal motor de nuestro porvenir. Qué engañados vivimos, porque en realidad somos el fruto de la casa en la que nos hemos criado, de los amigos que hayamos hecho, y sobre todo, de la educación que hayamos recibido de nuestros maestros. Porque son ellos quienes nos enseñaron a coger un lápiz, porque son ellos quienes intentaban cada día cambiar nuestros errores, y porque son ellos en su conjunto quienes nos han permitido ver la vida tal y como la vemos. Cada uno ha disfrutado de diferentes maestros en su vida y es por ello que no existen dos personas iguales.



Sin embargo, qué poco recordamos su inestimable valor. El maestro, al igual que el alumno, lo es durante las veinticuatro horas del día: se dedica profundamente a ello, su jornada laboral no acaba cuando se marchan los aprendices, al maestro no le salva la campana. Cuando vuelve a casa, le toca ordenar ideas, debe enhebrar el hilo del conocimiento en la aguja del aprendizaje, y después de las punzadas comprobar que la costura es consistente para que la prenda le dure al alumno toda la vida. Ser un maestro conlleva sacrificarse con la incertidumbre de alcanzar metas, un esfuerzo emocional que no hace sino confirmar la fortaleza y motivación con la que cuenta. Un maestro no es únicamente un docente.

Vivimos unos años en los que el prestigio de la docencia se ha visto muy reducido, especialmente en un país como España, donde criticar el trabajo y esfuerzo ajeno es un deporte nacional que, si fuese olímpico, nos garantizaría una pieza de oro en el medallero. Vivimos unos años en los que no se cree en el profesor, quizá porque encontrar buenos maestros es cada vez más difícil que encontrar un trébol de cuatro hojas entre los tréboles convencionales. Vivimos unos años en los que despreciamos a los grandes artífices de que todos seamos tal y como somos, aunque eso lo recuerdan pocos. Pues debo decir que, a pesar del frecuente maltrato que vive el docente decente, me reafirmo como el primero de sus defensores, porque un maestro no es solamente un profesor, y por ello no merece caer en el mismo saco que quienes se dedican apáticos a su labor de enseñar. Ser maestro es otra cosa. Ser maestro es ser un héroe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario