jueves, 26 de noviembre de 2015

La ceguera del orgullo

La Tercera Guerra Mundial acabó con todo lo conocido anteriormente. Pocas cosas quedaban sin reducirse a escombros por los constantes bombardeos en casi todos los puntos del planeta. A excepción de los pequeños refugios donde se escondían los principales líderes mundiales, todo lo visible era territorio mortal. El mundo estaba tan devastado que incluso se agotaron los materiales de construcción en los pueblos y ciudades supervivientes. Es por ello que, según el territorio, se optó por la reconstrucción de hogares con castillos de naipes y con castillos de arena. La delicada situación fue lo que obligó a tomar esta drástica decisión.


Poco tardaron estas facciones en rivalizar. Los habitantes de los pueblos reconstruidos con castillos de naipes eran despectivamente llamados "carteros" por quienes viven en castillos de arena, cuyos pueblerinos recibieron el jocoso nombre de "areneros" por parte de la otra facción. Sin embargo, a pesar de las recíprocas mofas, ambos grupos contaban con serios problemas: mientras las casas de naipes se venían abajo cuando el viento soplaba con fuerza, las viviendas de arena se derretían con la lluvia, enterrando a sus huéspedes. A pesar del esfuerzo e imaginación de las poblaciones para resguardar a sus habitantes, los desgraciados seguían corriendo un enorme riesgo bajo esos techos. Tanto los carteros como los areneros, además, tenían escasa protección contra los bombardeos; el único factor positivo de todo aquello lo encontraban en la facilidad de reconstruir esos frágiles hogares. Probablemente, la gran razón de seguir adelante de muchos de ellos fue imaginar que el grupo enemigo se encontraba peor. Porque ya habían olvidado quiénes iniciaron todo.

Pasaron así muchos años en los que se odiaba más al enemigo arenero o cartero que a los creadores de aquella miseria. Solamente hubo un hecho capaz de cambiar las cosas, una llamada a la cordura que fue capaz de detener esta rivalidad. Todavía no se sabe si fue obra de un cartero o un arenero, algo que dignifica a este héroe anónimo que un día halló un libro de Shakespeare. Mostró el desenlace de una historia protagonizada por unos tales Capuleto y Montesco que llegó al corazón de los supervivientes. Ambas facciones se reconciliaron y tomaron la decisión de juntar naipes y arena, apareciendo tras mucho tiempo unos hogares que resistían contratiempos. Dicen que la unión hace la fuerza, pero no fueron capaces de verlo por la ceguera del orgullo.

Los bombardeos habían cesado hace mucho tiempo.

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